sábado, 8 de noviembre de 2014

Jenaro Oeo Díaz. Premio en la categoria de baloncesto en la V Gala del deporte de Torrijos.

Torrijos siempre ha sido semilla, germen de inquietudes, afanes y proyectos. Por supuesto, también en deporte, que es lo que nos ocupa esta noche. El baloncesto era la máxima inquietud de Julio Longobardo, aquí premiado y reconocido el pasado año. Pasión e intensidad que fueron de su mano, con devoción y disciplina. Un balón y un cesto, binomio para vivir una infancia, respuesta para sobrevivir a una adolescencia. Diversión y entretenimiento eran sus claves, no había más. Salpimentados por ese hábito de tirar bien a canasta: brazo perpendicular, mecánica correcta.

En esto, que se presentó en Torrijos un personaje peculiar. Un tipo que su chandal no disimulaba sus formas poco atléticas, de mostacho y perilla mosqueteril y flequillo que parecía herencia de la movida madrileña. Su voz aguda decía que de la “movida” no, que venía de Carmena. De repente, todos los chavales, pararon de botar y tirar a canasta. Todos. Porque el tipo peculiar nos enseñó el interior de su morral. Señores, allí había pura magia.

El baloncesto de repente, se convierte en un universo de cambios de dirección, trap defensivos, pases medidos y tiros a tabla. “Mirad, como el de la foto” nos decía, mientras enseñaba las revistas aquellas que sólo él tenía, que por dejárnoslas, extravió más de la mitad. Universo en el que todo tenía una explicación y una lógica, aplastante cuando él lo contaba. El baloncesto empieza a convertirse en un deporte que no solamente divierte, sino que también se entiende, que forma parte de nosotros. Su llegada supuso un antes y un después. Porque con aquella primera camada de jóvenes, bajo la tutela de aquel tipo, se comenzó a ganar. Sí, a ganar. En Talavera, en Toledo, en aquellas plazas donde no se había hecho nunca. Ya no miraban por encima del hombro. Y aquellos toledanos del Navarro, a los que nadie tosía, claudicaron ante este nuevo empuje torrijeño. Se perdió la final, pero un nuevo referente en la región había aflorado. Luego, llegó el mítico Wayne Brabender a nuestra localidad, a formar monitores de baloncesto, enseñando aspectos que ya sonaban, porque se habían visto en aquel misterioso morral. El morral de Jenaro Oeo, alguien que debajo de ese chandal, tuvo un influjo tan impactante, que cambió la vida de muchas personas. Aquel referente se convirtió en legado, deportivo y personal. Treinta años después, miles de batallas después, post partidos que formaron una familia, su familia, desembocan en esta sala. Legado tan sonoro y tan profundo. Y a partir de hoy, homenajeado.

Antonio Rodríguez Jiménez.

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